Opinión sobre el lenguaje

El otro día leí un artículo de opinión bastante técnico e ingenuo (creo), de una famosa Lingüista y Filóloga, no voy a ahondar en su currículum, porque ocupa dos pantallas completas. Reflexionaba ella sobre la actualidad del lenguaje argentino, a mi entender. En fin, varios datos que confirman mi posición en cuanto a la ortodoxia de la RAE (mi corrector quiere escribir ortondoncia, su IA me quiere decir algo, será que quiere decir que la RAE quiere corregir mi boca, nada, flasheos conspiranoicos inútiles). Es un organismo que se quiere meter en cuestiones sociológicas, psicológicas y políticas; y no hace debidamente su trabajo, abordar las dificultades del lenguaje, solucionarlas, resolver los problemas que crecen en las sociedades de lengua hispana mientras ejercitan sus delirios intelectuales. Se esconden en su caparazón de victimismo mientras toman té con vainillas, son víctimas de su conciencia de clase que los pone en un pedestal superior a sus competencias, todos los sectores lo sufrimos.

No confundamos, me parece perfecto que la gente quiera, por cuestiones de entretenimiento, distensión, ocio, trabajo, hobbies o autosuperación, dedicarse a chamuyar sobre la lengua y las palabras, pero el lenguaje no domina a las masas en la realidad, puede ser en un primer acercamiento, una presentación, pero a la hora de los bifes, los pingos se ven en la cancha.

Zapato a su zapatero. El lenguaje es para hablar, pero al comunicarnos con otro con el que establecemos una relación cualquiera tampoco podemos comenzar tirando bombas a su ego, las personas nos identificamos con muchas cosas y ni uno solo de todos nosotros es coherente al cien por cien. Uno es Kirchnerista pero tiene OSDE, Cristina es comunista pero anda en un Audi, Macri es millonario pero es de Boca; y así sucesivamente podemos seguir hasta el fin de los días.

En el artículo antes mencionado se trataba de poner, falsamente a mi entender, a la RAE en una posición de resistencia victimizada. No creo que estén en esas situaciones, sino más bien, tanto como la fundación Nobel, en la más rancia y apática de las comodidades. Y así estamos, tratando de reavivar insensateces, lenguas muertas, todo el miedo de estos ancianos de perder estatus y autoridad se refleja en la intención de aumentar las estanterías innecesarias que contienen más de trescientas mil palabras de las cuales casi todas son obsoletas.

Tener un lenguaje más o menos florido no nos hace ni más educados ni más eficientes en nuestra vida cotidiana, ni los más sabios se la pasan hablando, son sintéticos. Las personas que realmente uno sigue son las que hacen. Todas estas elucubraciones me llevan a una única y simple conclusión:

“Menos charla y más trabajo”